El herrero y el Jobbit de las tierras medias del medio – Un cuento de J. Sánchez

Este es un pequeño relato de muchos que comprenden los «Cuentos de las tierras medias del medio» y que iremos desgranando poco a poco para que conozcáis la verdadera vida de los Jobbits.

En la tierra media del medio, conocida como las tierras del medio, vivian los Jobbits y los  enanos, entre praderas y bosques maravillosos, llenos de árboles milenarios, flores bellísimas, hadas doradas y plateadas, cagadas de vaca, monstruos y orcos con muy mala hostia y feos como un pecao.

Entre los Jobbits la agricultura era el  sustento económico básico y primaba sobre otros sectores de servicios como las tiendas de magos y las farmacias, estas últimas eran propiedad de los enanos. Los enanos eran igual que los Jobbits pero más feos y con más mala leche. Todos guerreros, menos los que se dedicaban a la farmacia que tenían estudios.

La vida en la tierra media del medio transcurría con absoluta tranquilidad y amabilidad entre guerra y guerra contra los orcos, los señores de la guerra y los políticos corruptos de River de el, clase política compuesta por los seres de raza Elfica. Unos tíos y tías guapísimos, bien vestidos, con la orejas en punta que servían para colgar cosas y que eran inmortales, bueno o vivían muchos años, vivian tantos que nadie sabía cuántos tenian, por eso los demás decidieron para no romperse la cabeza que eran inmortales y tambien corruptos.

Los elfos vivían en un pueblo o algo parecido llamado River de el, realmente se llamaba River de el de la Ribera, pero quitaron lo «de la Ribera» por no se qué de unos vinos de un país llamado Hispania. El pueblo estaba rodeado de árboles, ríos, cataratas y paredes altísimas, allí, en aquellos palacios, hacia una humedad acojonante, y los elfos dormian muy poco por el ruido de la jodias cataratas y padecían de reumas y cosas de esas, que eran jodidas porque ellos eran inmortales. En River de el había de todo, bancos con empleados, Mercadonas, tiendas de Armani y Dolce&Gabbana y hasta un asador argentino. Eran unos pijos de mierda de mucho cuidado.
Su rey era Fredrerico Eldelbar, que se parecía mucho al actor que hizo Vendetta. Era conocido por sus melopeas de agua del Carmen y vinos de la Hispania. Fredrerico tenía una hija guapísima, pero que muy guapa. Se llamaba Alguien y no había manera de que se echará novio porque hablaba muy bajito y ninguno de los pretendientes le entendía. Pero cómo ella siempre decía:
– Tranqui papá, no se me va a pasar el arroz, pues soy inmortal.

Y tenía razón la jodía, al final se casó con uno de Aragón llamado Retonno of the King. Tuvieron 32 hijos, todos guapísimos. Él la palmó a los 67 años, nada más jubilarse, ella se volvió a casar y así consecutivamente hasta fecha de hoy, tiene 322 hijos y se le han muerto todos los maridos. Es que es inmortal, ella, ellos no. A la vista está.

Javierico Macuton, hijo de Ramonfro y Pilarica era un Jobbit jubilado, de los conocidos como jobbits labriegos, nacido en las colinas de la tierra media del medio. Javierico caminaba hacia la aldea de los comerciantes, pues tenía que hacer unas gestiones. Por el camino encontró a Sam Guachi, que era su amigo más amigo y también más plasta y  empalagoso. Pero vamos carece de importancia en esta historia, no va a salir porque me cae muy mal.

Javierico, el labriego, estuvo casado con Mannoli, una bella dama que le sacaba un palmo de altura. Mannoli Roguez, de los Roguez de los bosques. Mannoli era la persona que se ocupaba hacer las veces de médico, sabía muchísimo de hierbas del bosque y lo curaba todo con ellas, menos la imbecilidad. También se dedicaba por las tardes a repartir el correo desde las tierras de Cordor hasta las tierras medias del medio. Javierico la amaba y eran algo único ambos, hacían muy buena pareja. Aunque tras unos años llegaron a divorciarse y ella partió a las tierras de Cordor. Se hizo amiga del malo cachas de aquellas tierras, que no me acuerdo cómo se llama.

Javierico, el labriego, cruzó toda la aldea, saludando a todos los que se cruzaba, que pesaos que son, pensaba Javierico. Al rato llego a la parte exterior de la aldea y se acercó casi temeroso a la herrería. Una casa oscura, con una luz naranja palpitante que procedía del horno.

En lo profundo de esa oscuridad, se oia un sonido martilleante metal contra metal, ritmico unisono. En aquella estancia, al fondo, entre hierros retorcidos hacia un calor espantoso y el aire era cuasi irrespirable. Al lado del horno, pisando un fuelle y pegando martillazos habia un hombre. Brazo poderoso, y mirada perdida sobre el metal que, repito, golpeaba con fervor.

El herrero era un hombre formido y muy alto con un cuerpo musculoso y lleno de heridas, que delataban mil batallas.

El sudor creaba surcos en su violenta cara, de la mierda que llevaba en ella, bajo los cuales aparecía su piel arrugada y curtida por el intenso calor de la estancia, llena de metales y escudos reales, espadas, cuchillos y guadañas. Vamos como Lara tropezar.

Al notar la presencia del visitante se giró de inmediato y habló, con voz muy profunda y con una luz anaranjada tras el.

– Buenos dias tengais humilde labriego, soy, Farlo Pa Todentro, hijo de Minibar y Fracasia, forjador de espadas miticas, de hojas defensoras de honores, espadas de reyes y reinos, escudos defensores de las tierras de aqui a to lo alto las tierras de Vallecalbar. Que se os ofrece.

El labriego, todavía conmocionado por la voz y la imponente presencia de aquel hombre, le espetó:

– Ya, ya, ya… Emmm, es que… jope con lo de las espadas y todo eso, me habeis dejado un poco rayado la verdad. Pero… y vos, permitidme una pregunta, ¿copias de llaves, hacéis? Es que he perdido la mias y la Lore  me mata si se entera.

– Si , tambien hago llaves, tol dia, 24/7.

Hasta aquí uno de los 1200 capítulos sobre la vida de las tierras medias del medio.

© Javier Sánchez agosto de 2023