Os cuento, en plena pandemia, después de chatear con mi médica por el ordenador pues tenía un problema que me molestaba mucho y enseñarle los testículos por videoconferencia, me dio visita presencial, ¿raro? Si, ¿su causa? Es que no lo veía bien, es normal oye, aunque tal vez fue culpa mía, menudo espectáculo con la cámara web enfocando a un granito que tenía en un huevo (perdón, testículo derecho). La doctora decía:
– Es que no lo veo bien, es muy pequeño y no nuevas tanto la cámara que me marea.
Yo acercaba y alejaba la cámara, así en plan zoom. La doctora me decía que me estuviera quieto que se estaba mareando. Incluso llegó un momento que desapareció bajo la mesa. Se veía una mano que se sujetaba a la mesa y más cortinas de la ventana se movían, pobre, supongo que tenía razón y se mareó demasiado, al momento apareció con una de las aurículas del fonendo en la boca y las gafas torcidas. Tras el evento la doctora decidió, después de 5 minutazos de visita, que ya no podía más que se se mareaba mucho y que me acercara al CAP a una visita física.
Estupendo, no es que me guste ir al médico, pero una visita en directo me devuelve a la normalidad, los de menos de 40 años no lo entenderéis. Pero daros un poco de tiempo para ello. Me dio visita para dos días después y apagó la cámara del su ordenador, oí un ruido como si vomitara, pobre mujer, vaya cuadro para el próximo paciente, espero que no fuera un hipocondríaco.
Pues llegué sobre las 9:30 a la consulta, después de pasar todos los protocolos de geles, temperatura, de enseñar la cartilla de vacunación desde mi infancia, la cartilla militar y entregar la declaración de renta compulsada por mi entidad bancaria, que por cierto me cobró 20€ por ello. Todo ello lo entregué en el mostrador de la entrada donde un funcionario vestido de blanco me pregunto que me pasaba, donde vivía, si estaba soltero, si tenía dinero y si había hecho testamento del mismo. También me entrego una hoja que era un examen psicotécnico, que debía de hacer en 10 minutos. Tras todo este protocolo, que ni en el SEPE lo hacen, ya pude pasar a la sala de espera.
Un vistazo periférico radial de 180 grados para ver la fauna de la zona. Detectados seis especímenes, soy un especialista y conocedor de la fauna imperante en las salas de espera de los centros de asistencia primaria. Allí había un espécimen que parecía habitual y, según parece, monologuista de profesión (HABLABA SOLO), digo hablaba solo porque la persona que tenia a su izquierda, a metro y medio, según protocolo claro, y al que le estaba dando la turra del mes, no le hacia ni puto caso. Tampoco sé si cuenta de que el espécimen era sordo y creo que apagó el sonotone hacia ya rato.
También había dos individuos mayores que habían forjado una profunda e inquebrantable amistad en el centro de salud, a base de intercambio recetas y de pastillas así como de luchar por quien de los dos estaba más jodido. También, todo hay que decirlo, asentando mucho más esa amistad en pandemia, ya que ambos dos se habían librado de pillar el bicho.
Había una señora, ya mayor, que estaba situada a la derecha del que hablaba con el sordo, la señora hablaba por el móvil, unos gritos que pa que te cuento.
– Nooo Carmen el pollo está en la nevera, como va a haber macetas en la nevera, estas en el balcón, vuelve dentro de casa y ve a la cocina, ya te espero….., ¿Que hay abrigos? Carmen por favor eso es el armario de mi habitación… Mira déjalo en un rato estoy ahí.
Esta es carne de psiquiatra, pensé.
La señora me miró y me dijo:
– Sabe usted? Es que no está bien de la cabeza, me tiene loca. He de llevarla al psiquiatra.
Le sonreí, asentí y me asusté. ¿Me habrá leído el pensamiento? Joder es que tampoco sabía que decirle. Que gente más rara.
Pero bueno pues a excepción del sordo, cada uno lleva su propia conversación y su propia película..
Y ya finalizando la descripción de especímenes, también había una chica joven, caucásica, entre 27 años y dos meses y 30 años y un día, de un 1 metro 60 cm de altura aproximadamente (este dato es importante), con sus auriculares escuchando lo que fuere, sentada frente de toda esta fauna humanasociomedicoadicta.
Advierto para los que estáis al quite de todo esto. Todos con su mascarilla puesta, según protocolo de la Dirección General de Tráfico.
Bien, pues el que no escuchaba, el sordo, era un energúmeno de 1.98 cm de altura y unos 150 kilos de peso en canal aproximadamente, el pobre mastodonte solo tosía y tosía, moqueando constantemente, llevándose el pañuelo, por debajo de la mascarilla, a la nariz para desalojar los residuos moqueros, por cierto, pañuelo que parecía un sello de correos en aquella mano que parecía una tapadera de water (inodoro para los académicos).
Evidentemente estaba constipado el pobre hombre, no hace falta estudiar 10 años para saberlo. En un momento dado se levanto de un respingo, harto del run, run que el “habitual, de profesión monologista” le estaba contando, aunque apagado el sonotone aún así oia las vibraciones apagadas de monologuista, y fue a depositar sus 1.98 cm y 140 kg al lado de la muchacha de 1.60 cm y 60 kg. Desproporción vitalmente peligrosa donde las haya.
La chica, gafas modernas, pelo largo moreno, pantalon tejano impoluto y bambas, blancas, blanquísimas por cierto, le miró de reojo con «atención-impresión-miralo-que-grande-por-dios. Madre mía que mazacote de tío.»
Goliat, le llamaremos así al sordo, se sentó al lado de la chica (a un metro y medio, había dos asientos entre los dos) e inmediatamente empezó a toser compulsivamente, pero como que mucho, como si se hubiera tragado un erizo que había comido tabasco.
¿Consecuencia?, la muchacha y la fila de sillas, los cuadros y los trípticos se movían como si los azotara un terremoto escala 9. Cada vez que tosía Goliat, la muchacha se sujetaba las gafas con la carpeta que llevaba en la mano derecha y con la izquierda a la silla. Así durante unos 10 interminables minutos…
Aquella situación empezaba a pasar de penosa para la chica a cómica para mí. Peligro, yo no tengo aguante ni seriedad, ni compostura, ni dinero para soportar tal situación y comencé a percibir la famosa oleada de risa tonta al ver aquellos 140 kilos de mazacote, moviendo la hilera de sillas en la cual estaba la chica. Que parecía que estaba en un toro mecánico.
Mientras los dos amigos del CAP, a lo suyo intercambiando recetas y pastillas y criticando a la doctora que según ellos no tenía ni idea de medicina. Ellos si, por que tenian un master en el programa «SABER VIVIR» . Programa pseudo médico, que desorienta totalmente a la población. La señora mayor volvía a hablar por el móvil diciendo no sé qué de que dejará las cerillas que la cocina era de vitrocerámica y el monologista también a lo suyo, hablando de un nieto que tenía un ojo vago. Vaya tela.
Pues, como os decía, sentía como me subía el ataque de risa por el estomago, aquella pobre chica zarandeada por oleadas de tos de Goliat… buenísimo, me gire, madre mía que me va a dar algo, decidí mirar la publicidad de los trípticos de la seguridad social…
«NO FUMES», «NO BEBAS», «NO FOLLES», “NO COMAS ESTO”, «NO COMAS LO OTRO», «NO HAGAS NADA QUE ES MALO», «VACUNATE CONTRA LA CASPA» «PONTE LA PUTA MASCARILLA JODER», (vamos los famosos trípticos de la seguridad social, que no te dejan hacer nada interesante en esta vida, en la otra tampoco lo harás, pero ya no es problema suyo), pero el grave problema, es que oía toser a Goliat y no sé que fue peor, verlo y oírlo o solo oírlo, y entonces ya lo que faltaba, Goliat estornudó, y al no verlo mi imaginación se desboco y veía a la chica clavada en el techo, con la cabeza metida entre los paneles esos de papel prensado y todas las sillas desparramadas por la sala, los papeles de la carpeta de la chica y una bamba blanquísima en un rincón de la sala.
No pude mas, me reí, tapándome la boca y automáticamente me gire para disculparme, aunque solo fuera con la vista, pero me fije que la chica, también se estaba partiendo de risa cada vez que le zarandeaba el monstruo, tapándose la cara con la carpeta.
De pronto…
– «Javier Sánchez….., puede pasar por favor, póngase esta otra mascarilla y lavese las manos con gel!!»
Lo de «por favor» es un eufemismo, lo he puesto para quedar bien con la S.S.
Vaya por dios!!, en el peor momento, estaba intentando recuperarme del ataque de risa silenciosa e incontrolable que tenia.
¿Sabéis lo que es eso?, ¿intentar no reír y no poder controlarlo ?
Y… Peor aún, ahora tenía que entrar a ver al médico, con la cara resplandeciente y apunto de soltar una carcajada. Imagina… camisa de fuerza y para Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona. (Precioso conjunto se edificios del modernismo catalán, declarado Patrimonio de la Humanidad y bien de interés cultural. Y además el que escribe nació allí)
Reuní todas mis fuerzas y encamine con paso firme hacia la puerta de la consulta. Pase por al lado de la chica, cruzamos miradas y nos reímos a la vez. Pero sin estridencias, como si ella comentara, “madre de dios la que me a caído y tu te has dado cuenta” y yo comentara, “te prometo que no voy a soltar una carcajada…, dios ayúdame”
Pase la consulta con el médico como pude. Cuando salí, la chica, se había cambiado de sitio, Goliat estaba en el quicio de la puerta, iba a entrar. La chica me miro de soslayo y movió la cabeza negando y riendo.
Cada vez que me acuerdo todavía me rio.
©Javier Sánchez septiembre de 2021